Amar la hora que nunca brilla

Una vez me dijeron: Vale la pena hablar de los fracasos, de los corazones rotos, contradicciones e hipocresías, de nuestros momentos de más incoherencia e insensatez, de esos proyectos que parecían prometedores y terminaron fracasando, de las desilusiones y esperanzas que se esfumaron. Hay que hablar de los colores oscuros del cuadro porque al final son parte de él y no por ello es un mal cuadro. 

Requiere de mucha valentía reconocer los momentos que en ocasiones preferiríamos olvidar y enterrar en la memoria. Pero vale la pena atreverse, porque nos devuelve la autenticidad, porque esos fracasos completan con mayor realismo el panorama completo. Incluso hay que amar esos momentos de poca fe porque nos recuerdan que aún tenemos mucho por avanzar, que aún hay espacio para crecer y que hay fracturas por repararse, significa que nuestra vida tiene todavía un sentido para que sigamos moviéndonos, evolucionando, avanzando y mejorando.

Si tuviéramos la vida perfecta y sin errores, entonces ¿qué sentido tendría avanzar, mejorar y transformarnos? Hoy agradezco por las cicatrices, por las fracturas y quiebres de mi vida, pues de ahí parto, es ahí donde empieza mi camino y motivo.


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